viernes, 26 de febrero de 2010

Poemanía Nº 145 - Pepe Junco

POEMANÍA

la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

145/2008





“El acto poético es, verdad de perogrullo,

ante todo un hecho de lenguaje.

Musas y musarañas aparte, aquello que se dice

y el cómo se dice pertenecen a una sola

emisión de voz. La poesía no existe fuera

del reino de las palabras, jamás en el mundillo,

cándido y perezoso, de las buenas intenciones...”

Antonio Cisneros







Poeta invitado: PEPE JUNCO (*)




MI SOMBRA Y YO


Ama esa carne y su sombra



porque es eso a lo que llama vida.



Francisco Brines.





Iba yo tan tranquilo con mi sombra



por concurridas calles donde un calidoscopio



mostraba sin tapujos toda la variedad de las miradas



y pasos de los seres que habitamos



el mundo tal cual es.



Yo le hablaba a mi sombra igual que un viejo ciego



que aconseja y explota al lazarillo



con recomendaciones impagables



sobre las estrategias más valiosas



del arte de vivir.



Ella andaba callada y sigilosa



moviendo con soltura su cabeza en todas direcciones,



haciendo que escuchaba, asintiendo y, a veces,



comprobando alentada que el sol seguía en el cielo.



En un enorme parque, algo cansado,



di a mi cuerpo un respiro



no fuera a ser que el corazón ajado



habilitara un final prematuro a aquella historia.



Cuando miré hacia el suelo vi asombrado



cómo mi aviesa sombra se ocultaba



detrás de inadvertidos matorrales.



Me restregué los ojos por si fuera



una estrella que estaba dislocada



buscando referencias de los suyos.



Ya a una cierta distancia y entre risas



escuché que la sombra me imprecaba



dejándome plantado para siempre



y advirtiendo que nunca, nunca, nunca



volveríamos a vernos.



Yo le maldije su arrogancia altiva



y aún tuve tiempo de vengarme un poco



cuando por un momento aquella nube



la dejó allí, desnuda e imperceptible,



implorando la luz.











DE PIEDRA







Yo estaba allí de piedra y sopesando



que era lo que me convenía más.



La cosa empezó a hartarme cuando



llegó aquel verano calenturiento donde los haya



y a ti ni se te ocurría cambiarme de sitio



para que el sol no me atacara de forma tan perpendicular



y así tener después la excusa de decir



que no podías acariciarme porque ya no te abrasaba el alma



sino que más bien te dejaba las palmas de las manos llenas de ampollas.



De manera que empecé a cuestionarme por primera vez



si aquella relación tan asumida tenía algún sentido.



No es que me fuera mal de piedra, no,



sino que comencé a echar de menos la erótica presencia



de tus prietos y desafiantes muslos sobre mi pecho



y a barruntar que algo estaba sucediendo



porque incluso cuando el sol se marchaba



y teníamos la oscuridad sólo para nosotros



tu excusa fue que mi temperatura era tan baja



que el médico te había recomendado por precaución



no acercarte demasiado a mi cuerpo



no fuera a ser que entonces precisamente tú



fueras de las primeras en soportar los efectos



no por advertidos menos peligrosos



del cambio climático que nos amenazaba.



Había estado recordando cuando nos conocimos



allá en la sagrada tierra Palestina



a donde tú habías ido porque querías sentir



cómo era la atmósfera que había respirado



el autor de Mar Blanco.



Yo había decidido convertirme en piedra



para echar una mano a los niños que luchaban



contra el nuevo holocausto,



pero con las prisas no advertí que mi tamaño era desmesurado



y ya no hubo remedio y ni caso que me hacían allí en aquel descampado.



Te conmovió mi historia y decidiste hacerme tu compañero fiel



a pesar del esfuerzo que te costó convencer al oficial de aduanas



de que yo era tu novio petrificado en vida



en la defensa de mis ideales.



Al pasar el tiempo ya no supe qué hacer



y cuando estaba sopesando ventajas y desventajas



de aquella condición que había adquirido



tú llegaste a hurtadillas acompañada de un fornido muchacho



y entre los dos me arrancaron del lugar que habitaba



en tu hermoso jardín y me llevaron carretilla en ristre



hasta aquel precipicio desde el que, sin consideración,



y sobre todo sin testigos, me arrojaron hasta lo más hondo del mar.



Y allí estuve viviendo largo tiempo



hasta que en otro rapto de generosidad



decidí convertirme en pez espada



para luchar sin descanso por la causa del medio ambiente



y contra los efectos provocados por el cambio climático.



Conservaba la secreta esperanza de que tal vez un día



tú serías capaz de reconocer mi sacrificio



y rescatarme desde el fondo del mar



para volver a ocupar un puesto de honor



en tu adorado y extrañado jardín.









ALOPECIA





Había una vez un poeta portugués

tenía cuatro poetas adentro y vivía muy preocupado...

Yo también escribo cuentos.

Juan Gelman.









Recordé de repente el rostro compungido



del lisboeta mirando por la ventana de su casa



el devenir de una realidad en la que se mezclaban



volutas de humo de sus propios cigarrillos



con otras más huérfanas y desamparadas



que intentaban inútilmente permanecer con vida



adquiriendo la forma de unos pechos fulgentes



y moviéndose al ritmo de una excitante música



para que el sol, deslumbrado y atónito, les diera



una prolongación que no tenían.



Lo recordé en medio de aquella crisis existencial



que me produjo encontrar una noche



en la parte de atrás de la cabeza



(a la que hasta entonces tenía completamente olvidada



como suele olvidarse todo lo que se queda detrás



mientras seguimos falsamente avanzando



sin otra obsesión que la de llegar a una meta



en la que nos aguardan cenizas y olvidos)



un círculo infernal hecho sin pelos



provocado sin duda por algún enemigo



que se había infiltrado seguramente mientras yo dormía



y había conseguido conquistar una zona vital del cuero cabelludo



desde la que planeaba un asalto final dejando en bolas



mi atrofiado cerebro.



Me acordé del rostro resignado del lisboeta



mirando por la ventana y ayudando a la niña



a sacar la platina del chocolate aquel que había comprado



y que constituía su sueño más hermoso.



Pero, sobre todo, me acordé de tus ojos



deslumbrados mirando la hermosa cabellera



que a pesar de los años mi cabeza albergaba



y de aquellas palabras que viniendo de ti se me antojaron



conjuro provocado por los dioses



para preservarme del ya cercano ocaso.



Que yo andaba muy triste no es noticia:



el virus me cogió siendo apenas yo un niño



y con lo cara que andaba la vivienda



tomó la decisión de compartir su vida con la mía.



Hasta me compré un espejo aumentado



para poder seguir continuamente la pista a mi enemigo



y que no me volviera a coger por sorpresa



mientras escenificaba el terrible momento



en que tus ojos horrorizados emigraban



hacia lugares más poblados y vírgenes



buscando una compañía de la que, me lo habías advertido,



no sabías prescindir.



Tú no eras una mujer para andar sola en un descampado



de una cabellera decrépita atacada por enemigos



que no podía combatir.



Como el lisboeta mirando ensimismado



el cadáver del dueño de la tabaquería



que producía volutas de humo



que, sin fortuna, adoptaban las formas más promiscuas



para intentar sobrevivir.



Tú de esas sí que no eras



y no estabas dispuesta a pasar el resto de tu vida



asomada a un balcón de estilo rústico



contemplando las flores y echando de vez en cuando un ojo



a la desierta y estéril llanura que se mostraba, sola e impotente,



en la parte de atrás de mi cabeza giratoria.









CONCLUSIÓN








Mis queridos amigos: la tarde cae inclinada



sobre mis hieráticos, mecanizados brazos.



El sol se ha vuelto a ir atribulado,



aunque mañana lo intentará de nuevo,



y pasado mañana; y así seguirá un tiempo.



He estado haciendo los deberes confiados:



he entrado en una profunda y ardua meditación,



me he encomendado a todas las criaturas,



vivientes o no, que nos rodean,



(o que, pienso yo, les gustaría rodearnos



si tuvieran algún sano propósito).



Así es que he concretado algunos puntos



que paso a enumeraros:



la cosa va de abrazos sin remedio,



de cómplices miradas que sabiendo



la verdad más rotunda,



se inventan cada día sus hazañas



y salen hacia el bosque persiguiendo



inexistentes huellas que conduzcan



al anhelado premio.



No he podido encontrar en parte alguna



pruebas irrefutables que permitan



seguir dándole hilo a la cometa



hacia tierras más vírgenes.



La noche se confunde con el día



y éste se despedaza sin sentido



para que el miedo no nos coja solos.



Lamento confesarlo pero es cierto:



no hay otro modo de vivir la vida



que no sea huyendo del acecho



de sombras invisibles que persiguen



matarnos el asombro.



Por eso, ante pronósticos funestos,



lo nuestro es caminar y, de la mano,



vengarnos de la sangre y el olvido.



Dignificar la especie y ser felices,



no permitiendo que la mala hierba



congele nuestros pasos.










(*) Pepe Junco (José Miguel Junco Ezquerra): Nació en Las Palmas (España) en 1951. Es Licenciado en Historia y en Filología Inglesa por la Universidad de La Laguna. Actualmente imparte clasesde inglés y lengua españolaen el Centro de Adultos de Tamaraceite (CEPA Tamaraceite) en Las Palmas. Ha publicado los siguientes libros “Paises extranjeros” (Ediciones La Discreta, Madrid, 2004); “Los días contados” (Ediciones Digitales Menosletra, Las Palmas, 2002); “El hombre de salitre y otros poemas” (Huerga & Fierro Editores, Madrid, 2000); “Cambios de ritmo” (Edición del autor, 1997); “Hacer las paces” (Mención especial del Jurado en el Premio Internacional de Poesía “Tomas Morales, 1992; Ediciones Cabildo Insular de Las Palmas); y “Telegrama a una estrella” (Edición del autor, 1989). Su obra ha sido recogida en diversas antologías editadas en su país y en el extranjero, como así también han sido levantada su obra en diferentes sitios de Internet.

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