viernes, 26 de febrero de 2010

Poemania Nº 91 - Angela Reyes

POEMANÍA

la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº 91/2007





“Cada poema es único. En cada obra late,

con mayor o menor grado, toda la poesía.

Cada lector busca algo en el poema.

Y no es insólito que lo encuentre:

ya lo llevaba dentro...”

Octavio Paz






Poeta invitada: ANGELA REYES (*)





De Viaje a la mañana, 1987



EL MURO, CASI CIEGO Y RECLINADO

hacia un huerto de luz y hierbaluisa;

las górgolas, dos tigres que en sus fauces

llevan esquirlas de la infancia,

y el mar, llamando cada noche

en esa puerta,

apostado en su quicio

como un perro sin amo.

Nadie vive allí dentro.

Nadie irrumpe en el porche con un temblor de enaguas.

No existe la vejez del vino

y en los cristales

ninguna frente viene a dormir pensamientos.

Día a día, la araña va cerrando

el ojo del farol

y el viento, mucho más que amante,

se abrocha con un beso

al creciente verdín de las columnas.

Y entre tanto abandono y tanto olvido,

dos árboles se asoman al balcón,

nos saludan,

nos miran desde la madera

y flagelan la tarde con sus lacios cabellos.





De Lázaro dudaba, 1987



ESTA NOCHE HE SENTIDO

el roce de tus dedos en mi puerta,

siempre cerrada.

Me has llamado

desde el mural del viento

y tu angustia rodó conmigo

a la estación de la abstinencia.

Hoy te digo, María,

que ha llegado el momento de correr las cortinas

y dejar mis sandalias

en el rincón de los que nunca vuelven.

Ensombrece mi espejo

y ahorca de la encina mi sudario,

que para mí noviembre

ha reclinado su cabeza.

Yo no sé cuánto tiempo jugaré

a estar perdido

con la lluvia tensándome los nervios

y en los ojos un coágulo de sangre

que no llegó a desvanecerse.

Reduce pues el brillo de mis velas

pues soy la densidad sin forma,

apenas roce,

un fémur solitario

que por instinto llora bajo el sol.





De Cartas a Ulises de una mujer que vive sola, 1991



ESTÁ MI TIEMPO ACOMODADO

entre el amor y el desaliento.

Cada día,

con la memoria más pequeña

y la mirada más pendiente de la mar,

atiendo la gangrena de esta casa

que se me muere

por donde ayer solíamos

entrecruzar las velas de la carne.

Ya no rezo,

no corrijo la arruga que va del labio al alma,

ni me sorprende si la mano izquierda enloquecida parte

allá donde declinan las palomas.

Todo está por hacer:

desde morir

hasta plegar tu traje que de tanta quietud

se queja de la nuca.

Todo viene bajando por mi espalda

como río que parte hacia lo oscuro,

y quedo sola

sin la vejez de tus zapatos,

sin el olor a sal de tus axilas,

sin tu abrigo muriendo en el perchero.

Quedo sola,

como mujer de la fotografía,

con la raya del pelo bien trazada,

la blusa haciendo frente al tiempo-sepia

y en los párpados,

y en la boca,

dolorida la música que cantan los ausentes.





De La niña azul, 1991



LA TARDE QUE MURIÓ LA NIÑA AZUL

el otoño rozó el bronce de la aldaba.

Quemaba el aire

como beso de novio a punto de partir

y allá,

en ese sitio en donde octubre

le da a la uva su color de incendio,

un perro de testuz viajera

ladró con un sonido casi humano.

Era una tarde

que compartía la vejez con la orfandad de la retama

cuando murió la niña azul.

Su casa daba al mar

y el mar, desarraigando su posición yacente,

llegó tal un muchacho

y le besó en la boca conocida.

Luego,

con ánimo de ir donde ella fuera,

enlutecióse

y no se hizo otra cosa

más que delta viril

que buscaba refugio en su pálido cuello.

(Nada me asusta tanto

como cerrar los ojos

y verlos replegados bajo la misma piel,

yéndose de la mano

para heredar la última sonrisa).





De Breviario para un recuerdo, 1993



EL VERANO ANTERIOR,

Josefina Manresa había comprado

unos metros de encaje de bolillos

y un frasco de almendrado aceite que suavizaba el agua.

Aprendió a empequeñecerse el talle

desde que oyó decir

que por una cintura desvalida

trepaba fácilmente la pasión.

En marzo nueve,

ella había cosido dos diminutos lirios de organdí

en el extremo de sus ligas.

Y en una alcoba no lejana

su camisón de muselina

estaba amaestrado para desabrocharse fácilmente,

para caer rendido al suelo

lleno de pliegues.

También la blusa, y el chaquetón de pana,

y hasta las medias de algodón, sabían

que aquella noche dormirían mirando a la pared,

apenas se iniciara la más dulce tormenta

bajo la colcha rosa pálido.





De Carméndula, 2000



HAY MUJERES QUE NUNCA SE ASOMARON

a los ojos de un hombre

y viven

sin conocer al ángel-gladiador

que, espada en mano, habita

en la planicie gris de la mirada.

Yo conozco a tu ángel, recolector de menta.

Lo vi en esa noche única,

en una noche que vivirla quisimos otras veces

para enjuagarnos tanta pesadumbre.

Incontenible es su odio

cuando me acerco a ti.

Se alza de tus profundas nieves

para punzarme el vientre,

para clavarme su aguijón más dulce que las moras.

Luego se aleja atesorando heridas,

sabiéndose invencible,

rechazando los haces de carméndulas

que de siempre le ofrezco.



Muérame

si nunca más he de besarte,

si no puedo sorber

la música que llevas en los labios.

Muérame mientras te amo,

aunque su estoque

seccione en dos la yema de mi ombligo

y rueden por la colcha mis lunares gemelos,

y la melaza de mi sangre caiga

mojándole las alas.

Muérame

si no te llamo

con cuatro golpes de agonía,

cuando tu plenitud me colme

y el ángel se adelante por mi preciosa hondura

a más velocidad que el alba orada los postigos.





De Carméndula, 2000



DE NUESTRO AMOR,

lo que me gusta

es ese río ancho y caudaloso

que atraviesa tu cuerpo.

Es la corriente que te aleja

y me obliga a seguirte,

con los ojos cerrados.

No temo a la humedad que arrastran tus caricias.

No me asustan las abundantes aves

que anidan en tu pelo

y que, al verme llegar, me sobrevuelan

y me hieren

para que no me acerque a ti.

Yo siempre tuve mucho de gaviota

y a la hora de recoger tus ojos,

de reunir tu cuerpo miga a miga,

no hay pájaro que me aventaje.

Dime por dónde pasarás

anegando carméndulas, asustando a la luna

que bajó con sus crías a abrevar al aljibe.

No me cuesta trabajo tornarme en cuna o cauce,

si con ello percibo el roce

de tus aguas templadas.

Mucho peor sería que quedaras por siempre remansado,

sin saber qué camino conduce a la bahía,

o a mi cuerpo, ya sabes que es lo mismo.

Al final,

de nada vale

que seas río que se aleja

si yo no voy contigo

para enseñarte

cómo debes llamarme cuando vengas rodando

precipitadamente a lo largo del mundo.







(*) Angela Reyes: nació en Jimena de la Frontera, Cádiz (España) en 1946. Cofundadora y Secretaria General desde 1980 de la Asociación Prometeo de Poesía (Madrid). Ha coordinado la organización de la Escuela de Poesía de Madrid, 5 Ferias de la Poesía, 3 Bienales Internacionales de Poesía en Madrid, 2 Encuentros Luso-Españoles de Poesía. Co-fundadora y coeditora de las revistas Cuadernos de Poesía Nueva, Carta de la Poesía y La Pájara Pinta. Premios a poemarios: "San Lesmes Abad" (Burgos, 1986), "Leonor" (Soria, 1991), "Villa de La Roda" (La Roda, 1991), "Ciudad de Valencia" (Valencia, 1994), "Blas de Otero" (Majadahonda, 2000). Premios de narrativa: "Juan Pablo Forner" (Mérida, 1999 ), por su novela Morir en Troya. Poemarios publicados: “Amaranta” (1981), “La muerte olvidada” (1984), “Lázaro dudaba” (1987), “La niña azul” (1991), “Cartas a Ulises de una mujer que vive sola” (1992), “Breviario para un recuerdo” (1997), “Carméndula” (2001); otros cuatro en colaboración. Prosa publicada: “Crónica de un lirista naufragado” (1991), “Morir en Troya” (1999), “Adiós a las amazonas” (2004), “Cuentos en la Arganzuela”, (2005).

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