viernes, 26 de febrero de 2010

Poemania Nº 64 - María Eugenia Caseiro

POEMANÍA

la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº 64/2006



“La poesía se hace visible porque

pinta imágenes, pero es también

musical: reúne dos artes en una.”

Eugenio Montale





Poeta invitada: MARÍA EUGENIA CASEIRO (*)







Disparo



Cuando pongo el dedo en el gatillo

el agua se detiene

olvido responder tantas preguntas

el gallo se desprende del reloj

se saltan todos los muelles del piano

y la voz

se dispara de gargantas.







Es muy tarde



Apaga la ciudad y deja

esta calle de palabras deslucidas

con sus noches de alfabetos y de moscas

en los tejados un gato

y el chasquido de las sombras

que devoran los últimos despojos

de las líneas que trazamos.

Ya la luz es un recuerdo

donde el claro abanico despuntaba

y el aroma del jazmín

rueda del templo

de una hoja de papel.

Es muy tarde en la ventana

rodeando el cielo de mármol

y las sombras que formamos

se comban de frío en la pared.







Llanto por unos zapatos muertos



Estoy llorando en el paño roto de la noche

y mi niñez que ahora no me entiende

reniega de mi llanto.

Estoy inmóvil y desnuda

frente a la oscuridad del viento

encendiendo una vela blanca

al alma de mis viejos zapatos muertos.

Estoy enferma de sueños sin fuentes

contagiada, de esa terrible y blanca pena

de saberme cierta

sin vestidos de ayer en pleno vuelo.

Estoy llorando ahora

por la sombra increíble de mi propia lágrima

por la hoja en blanco sin sonrisa

por la ausencia de todos los discursos

viajando en el tren de tan poca memoria.

Estoy alumbrándome de antiguas lunas

del sucio brillo en aquellas farolas.

Estoy llorando la fijeza del tiempo

posada en el renglón que me aprisiona.







Un nuevo oficio



Mirar desde la altura de un padrenuestro las azoteas envueltas

en la niebla, los amores furtivos, las peleas de vecinos y las

cabezas de los paseantes, es un oficio que se pierde en los

balcones de las viejas usureras y escurridizas como lentejas en

días de hambre.

No hay nada como ir en pos de la puerta deseada sobre los pies

desarmados de cadenas, libres de pisar las colonias de

hormigas que acampan y duermen debajo de los árboles;

caminar sin tiempo y sin penitencias para dejar en la tierra, al

menos una leve huella de pisadas.






La calle



La calle es un burdel donde las horas

toman cuenta.

El vagabundo gris

a un paso de anotar la despedida

recupera el mortecino

brillar de las farolas.

Se alarga la calle, en su desdén se pierde

la visión hasta tocar el fin del mundo

a estribor, bordea la primera estrella

las grutas sin salida, el precipicio

en que un fantasma envenenado

duele en la mujer que busca

un puente y la razón fracasa.

La calle es un dolor, una punzada

donde confluyen las premoniciones

un corazón cansado que envejece,

su melodía sin voz

se lleva las últimas raigambres…

Sueña la calle su primer bostezo

entre viejas fachadas de edificios.





Un deseo



Un deseo de ríos y palmeras

me tiembla entre los dedos

enredándose

en la voz del tiempo

tan cansado

que va nombrando las calles

donde nadie ha pasado llorando desde entonces

y está en juego el recuerdo de la piña

fermentándose en las venas,

en mis labios que desean el azúcar,

o ese tiempo del regreso

al amarillo de un girasol despierto

centro de fieltro

encrucijando tiempos.







Esperando la lluvia



No eran festones calcinados, ni salamandras, ni murciélagos

sino tus manos esperando la lluvia.

Y la figura exprimida varias veces se te secaba al sol

en un sueño en que también se marchitaban otros sueños.

Con tantas diferencias como granos de arroz, o como cáscaras

tus manos de pájaros sueltos,

tus anillos de afilar los dedos,

el torso opíparo de volúmenes,

y los cabellos duros, como diablos disecados que ahuyentaban la brisa:

la mirada de puñal también se te secaba.

Te digo que no

no eras todavía aquel adiós que profesabas, ni la idea imprecisa

que se tiende a retomar el hilo que la puede acompañar.

Con los pies impasibles al frente de todos los desdenes recordados…

eras tú mismo sin tu yo,

en una oscuridad casi distinta,

en el punto más fiel de la prolongación,

en la línea exacta entre los dos, o los tres, o los cien que ya no eras

o que te habían abandonado tal vez para siempre.

Y la sombra invisible que ansiaba levantarte inútilmente

entre mis grandes ganas de llorarte

se dejaba caer en tus pies asidos al veneno de tu transpiración.

Te digo que no,

no eran pedazos de recuerdo, ni puentes levadizos,

ni siquiera esas serpientes que alguna vez se enredaron en la partida

que jugamos sin terminarnos aún las ganas de ganar la antigua

apuesta;

eran tus pies, zapadores sin voz,

los que nunca obtuvieron el recuerdo exacto del paisaje, de la salida

del interminable hilo de la planta que no deja de crecerte dentro

a pesar de tantas muertes atroces y silencios

que alguna vez, en las casas subterráneas encontraron el bulbo

en que las viudas negras se escondieron en invierno.

Te digo una vez más que no

que no eran raíces, ni carajuelos encendidos,

ni quelonios agujereados esculcando la arena; no,

eran apenas tus pies desgajados y mudos esperpentos de arena

escrutando la tierra para desenterrar los bulbos de los lirios;

para desplazar escarabajos de órganos duros y ardientes

y profanar las venas crecidas de perdones que no habías cruzado

nunca. ..

No había visto tus muslos torcidos brillando al sol

pero los paseaba con la mano herida de recorrer tus espinas

con el dolor de la piel cosida al momento

sobre aquellas jicoteas puntiagudas y verdes

que comenzaron a salírsete del cuerpo,

tanteando el rastro de las bibijaguas por las grietas

en que el amarillo de la carne se dejaba descubrir

chorreado de sudores en la cicatriz errante de tus cristales,

de aquellos cristales que por fin trajeron de una vez el agua

para dejar el brillo de tu cuerpo debajo de un árbol y hacerte de aire,

un aire deforme, doblado en las puntas de todos tus dedos

y traspasado el recuerdo de todos tus anillos...

Un aire ceñido a la periferia recelosa de tu oído,

de la masa inconforme que miramos perderse debajo de la sombra;

un aire que suena en los huesos quebrados de los insectos

y espanta las confesiones de todas tus bocas para dejarse llevar

en la plaga de la lengua, con los acentos que burlan la sonrisa,

hasta la débil esperanza de la lluvia.







(*) María Eugenia Caseiro: La Habana (Cuba) en 1954. Poeta y escritora. Integra la Muestra de Poesía siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía. Antologías Famous Poets Society, 1997, 2000. Hollywood Diamond Hommer Trophy 1998. Antología Nueva Poesía Hispanoamericana 2004, 2005 y 2006. Antología “Paseo en Verso” Méjico 2005. Antología Femenina El Rastro de las Mariposas 2006. Finalista del Concurso Internacional de Poesía Pasos en La Azotea, del Certamen Puente Azul y otros. Mención de Honor (2005 Poesía) y Premio Estadístico (2006 Poesía y Relato) en el Concurso Internacional Mis Escritos Lanuz, Argentina y otros. Premio Publicación La Porte des Poetes 2005, París, Francia. Mención de Honor en el Certamen Internacional de Poesía César Vallejo de Londres 2006. Sus poemas han sido traducidos a diferentes idiomas, incluyendo lenguas como el euskera, el japonés y el árabe. Sus textos están difundidos en la Web, donde colabora con revistas y diarios digitales y otras publicaciones en papel. Participa en numerosos foros de literatura. Los poemas que integran esta selección pertenecen al libro “Pedazos de paisajes” editado por la Revista Digital “Como el rayo” (Alicante, 2005). Actualmente reside en Estados Unidos.

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